Era de madrugada, no sabía exactamente qué hora era, pero todo estaba muy obscuro. Me despertó un haz de luz que desgarró la noche más allá del pasillo. ¿Qué era eso? Salí de la cama y mis pies se helaron casi de inmediato al tocar el piso. Mi vieja pijama comenzaba a quedarme pequeña: mis tobillos y muñecas quedaban expuestos al frío invierno, pero no me importaba. Quería averiguar de dónde venía esa luz.
Teniendo siete años, la curiosidad es natural. De haber sido más grande, habría pensado que podía ser un ladrón, sin embargo ese pensamiento nunca se asomó por mi mente. Después de todo, era Nochebuena. ¿Qué ladrón iba a trabajar en Nochebuena?
Las esferas del árbol tintineaban delicadamente iluminando mis pasos con sus rayos de luz. Al salir del pasillo vi a un hombre alto y gordinflón parado al lado del árbol. ¿Era él? Se dio vuelta y una parte de mí gritó por mis adentros "¡es él!"; sus mejillas sonrosadas, su cabello blanco y su expresión dulcemente tierna lo confirmaban. No había duda alguna, era él.
Su traje y el sombrero rojo carmín con detalles blancos así como el cinturón negro resplandecían con la luz que de él emanaba. Sí, la luz que había llegado hasta mi cuarto provenía de él. Llevaba con él un enorme saco que cargaba con facilidad, como si fuera ligero; pero se veía tan lleno que costaba creer que lo sostuviera con una sola mano mientras escarbaba con la otra en su interior.
Sonreí y él lo hizo de vuelta. Acercó su enguantada mano izquierda a la boca y me hizo una seña "shhhh". Lo imité con una risilla cosquilleándome los labios. Guiñó el ojo y se desvaneció entre un montón de resplandecientes copos de nieve que me salpicaron la cara y las manos.
Cerré los ojos y los abrí de nuevo. Todo se había ido, pero mi piel seguía salpicada de luz. Volví a la cama sin hacer ruido y el sueño se apoderó de mí rápidamente. Podría jurar que dormí sonriendo. A la mañana siguiente, todo parecía un sueño... pero algo me decía que no era así. Miré mis manos otra vez y seguían brillando. ¿Era posible?
Jojojo.
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